Ps. Mabel Guillén. Mg. en terapia familiar sistémica
La canción infantil «Arroz con leche me quiero casar» resuena como un eco en la memoria de muchas mujeres, como si fuera una promesa o un mandato inevitable: crecer, encontrar pareja, casarse. En la actualidad se celebra la autonomía, la libertad y el derecho de cada mujer a decidir su camino sin depender de una relación amorosa para tener identidad, propósito y seguridad.
Aún así, muchas mujeres sienten el anhelo profundo de compartir la vida con alguien especial. No se trata de una ilusión romántica infantil, sino del deseo legitimo de vivir el amor en una relación estable, donde exista compañía, complicidad, apoyo mutuo y afecto. Es ahí donde surge una tensión: por un lado el mensaje cultural de «no necesitas a nadie para ser feliz» y por otro, el deseo real de «quiero tener una pareja».
El legitimo deseo de amar y ser amada
Anhelar una pareja estable no es una debilidad ni un retroceso frente a los discursos de autosuficiencia. Es humano. Somos seres relacionales, creados para amar y ser amados. Sentir el anhelo de un compañero de vida no significa que algo esté mal, ni implica menor independencia o fortaleza.
Significa ser capaz de reconocer una necesidad emocional legítima. No se trata de depender de alguien, sino de compartir: de tener una complicidad única, de recibir un abrazo al final del día, de escuchar un “estoy contigo” cuando el mundo pesa demasiado.
Pero, cuando ese deseo no se ha cumplido, puede aparecer la angustia: la sensación de estar “fuera de lugar”, incompleta o estancada. Algunas mujeres incluso comienzan a dudar de sí mismas: ¿será que no soy suficiente? ¿será que algo en mí está mal?
La felicidad más allá del estado civil
El mito de la «media naranja» crea la sensación de estar incompleta hasta que «aparece» esa persona especial. Sin embargo, ninguna relación puede llenar un vacío existencial que no se trabaja primero en forma personal.
Tener pareja no debería ser la búsqueda de alguien que complete, sino de alguien con quien caminar como iguales, como una «naranja entera». De lo contrario, la expectativa de “ser salvada” o “completada” por otro, solo aumenta la frustración y el dolor cuando las cosas no resultan como se sueña.
Actualmente, las redes sociales refuerzan la sensación de soledad. Aparecen fotos de matrimonios perfectos, parejas de viaje, cenas románticas y aniversarios con flores. Y aunque muchas veces son solo “escaparates” de momentos seleccionados, inevitablemente surge la comparación: “ella ya se casó, yo no”, “ella tiene hijos, yo no”.
La comparación roba la paz. Cada historia es única. No tener pareja no resta valor, ni significa no ser merecedora de amor.
La vida en pareja no es sinónimo automático de felicidad. Existen mujeres casadas que viven en soledad emocional, y mujeres solteras que aprendieron a florecer en libertad. La clave está en cómo se construye el mundo interior y la manera de vivir cada etapa de la vida.
Vivir el presente sin dejar de soñar
Entonces, ¿qué hacer si la pareja esperada todavía no llega? La respuesta no es resignarse ni caer en desesperación, sino aprender a vivir este tiempo como una etapa de construcción. Algunas claves:
- Fortalece tu relación contigo misma: La autoestima no depende de un «si» o de un «no» de alguien mas. Una persona con amor propio, transmite seguridad y energía.
- Amplía tu vida social, espacios de encuentro y de personas significativas: La familia, los amigos, la comunidad de fe, son redes que sostienen y enriquecen. Participa en talleres, voluntariados, viajes, o actividades culturales.
- Trabaja en tu proyecto de vida. Pregunta: ¿qué cosas me hacen sentir realizada? ¿Qué sueños tengo aparte de casarme o vivir en pareja?. La vida es valiosa y fecunda sola o acompañada.
- Sueña sin obsesionarte. Haz tu parte sin encadenarte a la idea de que «sin pareja no hay vida».
Un nuevo significado de «arroz con leche»
La canción ya no debería sonar como mandato infantil, sino como recordatorio de un deseo válido. Está bien reconocer el deseo de vivir en pareja. Pero la tarea de hoy, es vivir con plenitud.
Ser soltera no significa estar incompleta, ser menos mujer o un proyecto en espera. El deseo de vivir en pareja puede coexistir con una vida plena en el presente. No se trata de apagarlo, sino de integrarlo como parte de la historia. La realización personal no debería ponerse en pausa «hasta que llegue la pareja».
El verdadero “arroz con leche” no es casarse a cualquier costo, sino aprender a disfrutar la vida con dulzura y pasión, en compañía o en soledad, con la certeza de que siempre hay algo por lo cual agradecer, crecer y sonreír.